En la selva del Congo, junto a los pigmeos

Claude es congolés y trabaja para una ONG europea. Durante unos días, ha podido convivir con los pigmeos y experimentar que la fe ayuda al desarrollo humano y espiritual de quien vive en las periferias más alejadas.

Claude con un grupo de niños twa o pigmeos.

Desde hace unos meses trabajo como representante de una ONG en República Democrática del Congo. Quería compartir con vosotros la experiencia del último viaje que realicé al interior del país. No he tenido que escapar de leones, ni de elefantes enfadados con los extraños; las serpientes las he visto de lejos, al igual que los gorilas; pero, eso sí, los pequeños mosquitos me dejaron tumbado tres días a mi regreso, una malaria a la que en mi país estamos ya muy acostumbrados, pero que sigue costando la vida a tantas personas que no tienen acceso a los medicamentos.

Mi viaje consistía precisamente en ir al encuentro de los twa o pigmeos, los primeros habitantes del Congo

Este año, una de las preguntas de la prueba de Estado para pasar de sexto de primaria a primero de secundaria era: «¿Quiénes son los primeros habitantes del Congo?». Hoy en día en éste gran país (cinco veces más grande que España), hay muchas etnias diferentes, pero aquí todos sabemos que los primeros habitantes del Congo fueron los twa o pigmeos. Aunque hay muchos estereotipos al respecto, los twa son, por lo general, de estatura mediana, viven en zonas selváticas, bastante retraídos del resto de la población y con costumbres muy particulares.

Con algunas mujeres del poblado Bayenga.

Pues bien, mi viaje consistía precisamente en ir al encuentro de los twa. En mi ONG tenemos un proyecto de ayuda a un hospital situado en un espacio perdido del Congo, donde bantus (otra etnia diferente) y twa conviven con dificultad.

La localidad se llama Bayenga y se encuentra cerca de Bunia. Llegar hasta allí es ya una pequeña aventura. El avión que cogí en Kinshasa me dejó en Bunia tras 8 horas de vuelo con diferentes escalas. Después de pasar dos días en Bunia, tomé un autobús que en seis horas llegó a Nania, y desde allí en moto, el único transporte posible, hasta Bayenga.

Los twa están diezmados por enfermedades que se propagan con facilidad a causa de las condiciones de vida

En el poblado viven unos misioneros de La Consolata, que fundaron una misión y son los únicos que se ocupan de los twa en esta zona. A veces, se habla de los twa como un pueblo beligerante, pero lo que yo me encontré fueron personas muy tranquilas, más bien tímidas, que con dificultad se acercan a un desconocido. Gracias a que iba acompañado del padre Andrés, los twa no huyeron de mi presencia e incluso, poco a poco, fueron tomando confianza hasta dejarse fotografiar. El padre Andrés me contó la situación de los twa mientras recorríamos las diferentes cabañas hechas con hojas, cañas y barro. Es muy difícil conseguir que los enfermos sigan el tratamiento que les dan: leprosos, tuberculosos, enfermos de malaria,... los twa están diezmados por enfermedades que se propagan con facilidad a causa de las condiciones de vida. A los enfermos los llevan al hospital y después les recetan un tratamiento que hay que suministrarles poco a poco, porque si no, comparten esos medicamentos con sus hermanos, padres, primos...

El padre Andrés, de los misioneros de la Consolata, enseña a los niños a leer y escribir.

Allí se vive al día, no hay programación, ni proyectos, ni cálculos. Cada mañana los cazadores van con su arco a por sus presas, las mujeres caminan por la selva para recoger plátanos u otros alimentos, y así un día y otro.

El padre Andrés intenta atraer a los niños con mil astucias, para enseñales a leer o a contar

El padre Andrés intenta atraer a los niños con mil astucias, para enseñales a leer o a contar. Con una paciencia infinita, recomienza una y otra vez, consciente de que al día siguiente no vendrán todos, y que conforme los niños crecen irán desapareciendo ocupados con otras tareas de supervivencia.

Sólo con el tiempo y mucha paciencia, los religiosos han conseguido que algún pigmeo pueda ayudarles en sus tareas. En concreto, han conseguido que una de las mujeres se forme para trabajar como enfermera y es quien ayuda en la maternidad del hospital.

Gracias a la comunidad de religiosos, fácilmente me pude organizar para asistir a la Misa todos los días, como es mi costumbre. Yo pensaba para mis adentros en la ayuda que la fe cristiana puede suponer para ellos: no sólo en cuanto a la eterna salvación de sus almas, sino también por lo que puede ayudarles a abrir horizontes, de modo que se planteen su vida y la de su comunidad más allá de la mera supervivencia.

Una pequeña iglesia construida con barro y cañas.

Los religiosos intentan ayudarles dándoles a conocer a Cristo y también llevándoles a salir de las condiciones de miseria en las que viven, pero, aparte de una voluntad de hierro, no disponen de otros instrumentos que la ayuda que reciben para comprar medicinas o poder realizar pequeños proyectos que sólo unos pocos aprovechan.
Mi país es uno de los más pobres del mundo. No hace falta irse lejos para tocar la miseria en la que viven tantas personas

Mi país es uno de los más pobres del mundo. No hace falta irse lejos para tocar la miseria en la que viven tantas personas, pero he de reconocer que este viaje me ha removido mucho, sobre todo cuando conoces que esas personas viven en un territorio rico en todo tipo de materias primas, a veces explotadas ilegalmente. Las palabras del Papa Francisco sobre las periferias me han venido con frecuencia a la memoria. En mi ONG ponemos nuestro pequeño grano de arena, y es muy gratificante saber que con mi trabajo puedo ayudar a esas personas que se encuentran perdidas y abandonadas porque no “aportan” nada a los intereses de un mundo cegado por los beneficios económicos.