Algunos testimonios en el Año de la Misericordia

En medio del Año de la Misericordia convocado por el Papa Francisco les dejamos unas cuantas historias –cotidianas, sin muchos aplausos- pero con brillo de cara a los necesitados: enfermos, encarcelados, ladrones. Aprovechemos este año de misericordia para convertirlo en un ´para siempre´, y así poder acompañar al Santo Padre en sus pedidos: “Cuánto deseo que (...) nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia”.

Mayra con una residente organizando donativos para los damnificados del terremoto.

Asistir a los enfermos

Marlene Granja: Hace unos años Dios puso en mi camino la oportunidad de compartir mi tiempo con personas adultas mayores con Alzheimer. Mi trabajo consiste en procurar que ejerciten su memoria a base de lecturas: narraciones, cuentos, poemas, artículos, noticias, temas de historia. Para realizar mi trabajo con ellos pongo en práctica los conocimientos y técnicas que aprendí hace ya bastantes años, y juntos luchamos contra el avance de esta enfermedad que les roba sus recuerdos. Sin duda la más beneficiada soy yo, que recibo su simpatía y su cariño, sin apenas merecerlos.

Paulina García: Llevo muchos años ejerciendo mi profesión de médico, años ricos en experiencias y emociones. Una vez escuché decir a un profesor americano que hay profesiones que muchas o, incluso, todas las personas podemos realizar, pero hay otras, como la medicina, que requieren vocación porque demandan un servicio continuo, sin días ni horas. La retribución de esta profesión es el encuentro con cada persona; estar al lado del que sufre es duro y cansado, aunque muy gratificante. Uno topa la miseria humana, la debilidad: parece que se topa el corazón. Ahí entra nuestro principal trabajo que es devolver sonrisas y esperanzas.

Me acuerdo de un paciente que llegó al hospital donde trabajaba, con heridas de arma blanca en casi todo su cuerpo y una especialmente profunda en el área cercana al corazón, que le produjo una hemorragia en el pericardio (una membrana que cubre ese órgano). Cuando le atendí, su vida corría peligro de muerte. En el hospital donde lo recibimos no contábamos con muchos recursos y esto hacía que la situación fuese más grave. El hombre no tenía familia, vivía en la calle, era mendigo y ladrón. Una colega y yo le atendimos y salió del peligro. Al cabo de unos días empezó a recuperarse y recobró la conciencia. Al principio reaccionó de forma agresiva, hasta que un día me preguntó por qué le estaba ayudando si él no era nadie. Le respondí que era mi obligación procurar salvar la vida de mis pacientes independientemente de quienes eran. En días siguientes hablamos mucho de todo: de su familia, de lo que hacía, de sus penas, etc. Al final le dimos el alta y se fue, no sin antes conseguirle ropa y algo de dinero para que pueda sobrevivir unos días. Antes de que se vaya me prometió que cambiaría de “profesión”. Yo la verdad no le creí porque su situación era muy difícil. Al cabo de unos meses me vino a ver, en un principio no le reconocí, y me dijo: “Doctora cambié de profesión y estoy contento, muchas gracias”. Nunca más le he vuelto a ver, pero para mí fue una lección de cómo el cariño y la atención que le procuramos dar entre todos, aunque no teníamos medios, pudieron transformar su vida.

Paulina con una colega en el hospital.

Visitar a los presos

Estefanía Rey: Soy estudiante de la carrera Nutrición Humana. A inicios del semestre, una amiga y yo decidimos hacer nuestras horas de acción social en una cárcel de varones.

Nunca había entrado en una cárcel y el primer día estaba asustada. El trabajo que teníamos que hacer consistía en evaluar su estado nutricional y recomendarles una dieta adecuada a su edad, estado de salud, etc. Los atendía uno a uno y en medio de cada cita me contaban sus historias. Algunos testimonios me impresionaron profundamente, como el de un chico de 25 años al que lo condenaron a 12 años de prisión por un crimen que no cometió. Su proceso está en revisión pero él está muy deprimido. Le animé a confiar en Dios y a encomendarse a la intercesión de San Josemaría. Me agradeció mucho y me dijo que iba a rezar todo lo que pudiera. Sin duda, lo más triste de la situación de estas personas es que están muy solas.

Esta experiencia me ayudó a comprender mejor lo que es la libertad. Me llevó a pensar que nosotros que somos libres podemos vivir presos dentro de nosotros mismos por nuestro egoísmo, que nos hace olvidar que hay gente que nos necesita, y que sólo es verdaderamente libre quien quiere serlo, aún ahí adentro.

Un día una secretaria que trabaja en la cárcel me dijo: “Esto que hace es una obra de misericordia, tiene que aprovechar que puede estar aquí”. Fue ahí cuando caí en cuenta de toda la gracia que estaba recibiendo durante esas horas.

Estefanía en su consulta.

Dar consejo al que lo necesita

Mayra Andrade: En una sociedad individualista que influye para que la persona sea más egoísta, es necesario tener un amigo que te oriente, al que le abras el corazón para que te ayude a sacar lo mejor de ti, tanto espiritual como humanamente; que te impulse a plantearte ideales nobles para servir mejor a Dios y al prójimo.

Tengo 43 años y he comprobado que una verdadera amistad no depende de la edad, la distancia o la forma de ser de la persona. Un verdadero amigo es el que acompaña siempre, cerca o lejos, en las buenas y en las malas. Vivo en una residencia universitaria y a través de la amistad procuro que las personas comprendan el verdadero sentido de la vida, la importancia de trabajar bien, el valor del servicio, de preocuparse por el otro y estar en las cosas de los demás, en definitiva descubrir a Cristo y la grandeza de la Iglesia Católica.