“Hemos de amar mucho a la Iglesia”

Con ocasión de un nuevo aniversario del fallecimiento de San Josemaría, el próximo 26 de junio, ofrecemos un testimonio de primera mano sobre aquellos días de 1975.

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María Pilar de Meer de Rivera, Chus, vive en Barcelona. Nacida en Valladolid en plena guerra civil, conoció el Opus Dei siendo estudiante de Bachillerato. Estudió Medicina en la Universidad de Navarra. Después de terminar sus estudios se trasladó a Roma. Allí colaboró con San Josemaría en el gobierno del Opus Dei y dirigió el Colegio Romano de Santa María, un centro internacional de estudios. El fundador del Opus Dei visitó esta institución, ubicada en Castelgandolfo, en numerosas ocasiones. Lo hizo por última vez el mismo día de su fallecimiento, el 26 de junio de 1975

“Recuerdo ese día como si fuera ayer -comenta la doctora de Meer-. San Josemaría había venido a Villa delle Rose, así se llama la casa. Le esperábamos con mucha ilusión. Llegó a las 10.30 h. acompañado de Mons. Álvaro del Portillo y de Mons. Javier Echevarría. Traía como regalo una pata de cristal transparente. Nos comentó que eran las últimas horas que pasaba en Roma, porque tenía que hacer un viaje”.

San Josemaría mantuvo un breve encuentro informal con las presentes. Explica Chus: “Se sentó como otras veces junto a la chimenea de la sala de estar. Fue un rato entrañable, en el que, a pesar de su cansancio, quiso dedicar un rato a la formación de sus hijas”. 

SERVIR A LA IGLESIA

Se daba la circunstancia que era la primera vez que había en el Colegio Romano estudiantes de los cinco continentes. Por esto, añade De Meer, San Josemaría “se interesó por las últimas llegadas a Roma, desde Kenia y Filipinas, y sobre todo por las japonesas, y las animó a aprovechar el tiempo de estudio, también –como tantas veces- San Josemaría mostró su solicitud paternal, añadiendo a su consejo de estudiar, el de hacer deporte y saber descansar”.

El día anterior, había sido el aniversario de la ordenación sacerdotal de los tres primeros sacerdotes del Opus Dei. Lo quiso mencionar, y recordó a las presentes, todas mujeres: “Vosotras tenéis alma sacerdotal... Podéis y debéis ayudar con esa alma vuestra sacerdotal, y con la gracia del Señor y el sacerdocio ministerial (...) haremos una labor eficaz”. Más adelante añadió: “Hemos de amar mucho a la Iglesia y al Papa, cualquiera que sea. Pedid al Señor que sea eficaz nuestro servicio para su Iglesia y para el Santo Padre.

En este contexto de tertulia, una chica chilena habló al fundador del Opus Dei de los bautismos, confesiones, primeras comuniones, fruto de una catequesis en una isla del sur de Chile dónde ella había participado. “Me conmovió la respuesta”, asegura Chus, que recuerda las palabras que dijo entonces San Josemaría: “Ten en cuenta que no era fruto vuestro: era fruto de la pasión del Señor, del dolor del Señor, de los trabajos, de las penas llevados con tanto amor por la Madre de Dios; de la oración de todos (...), de la santidad de la Iglesia. Se manifestaba en apariencia como fruto de vuestro trabajo, pero no tengáis el orgullo de pensar que es así”. 

San Josemaría “decía estas palabras pausadamente, con un tono que reflejaba con naturalidad la hondura de la fe con que las expresaba; eran una llamada a ser humildes”, añade Chus. El encuentro concluyó con unas palabras sobre la riqueza que contiene para una persona cristiana la vida cotidiana y “los pequeños detalles que se presentan a lo largo de la jornada”.

En esos momentos, San Josemaría comentó que no se sentía bien: “Interrumpimos la tertulia, mientras nos tranquilizaba, bromeando y sin dar importancia a su indisposición. Después de detenerse unos minutos en un despacho, se dirigió al garaje para regresar a Roma. Con su buen humor habitual comentó: perdonadme, hijas, por la lata que os he dado. Saludó al Santísimo en el oratorio y se despidió. Eran las once y veinte de la mañana. Unos minutos antes de las doce, el Padre llegó a Roma. Al llegar al despacho donde habitualmente trabajaba falleció.” 

EL SERENO DOLOR DE DON ÁLVARO

Conchita Areta Romero, navarra establecida desde hace años en Barcelona, vivió desde la sede central en Roma el traspaso del fundador. Fue testigo del dolor sereno de Mons. Álvaro del Portillo, fiel colaborador de san Josemaría y primer sucesor suyo al frente del Opus Dei. 

“Cerca de la una del mediodía –explica Conchita- nos avisaron de parte de D. Álvaro para que rezáramos por un asunto muy urgente”. No podía imaginar que estaba rogando por la vida del Fundador: en aquellos momentos recibía la Unción de los enfermos y trataban de reanimarle. “Alrededor de las dos menos cuarto supimos que San Josemaría había muerto. La serenidad comenzó a notarse con la misma fuerza que el dolor”, recuerda. 

Sus recuerdos prosiguen así: “Siempre le he agradecido a Dios el haber podido ayudar en el cuidado de algunos detalles junto al cuerpo sin vida de San Josemaría. La serenidad de su rostro llenaba de paz. Después de preparar los ornamentos con que lo revistieron y disponer lo necesario para la celebración de la primera Misa corpore insepulto que Mons. Álvaro celebró, tuve ocasión de velar los restos mortales de San Josemaría en el amanecer del día 27 de junio. Presencié tantos testimonios de veneración y afecto de quienes acudían a velar su cuerpo: personajes de la Iglesia o de la vida civil, empleados, jóvenes y ancianos, madres de familia con chiquillos. La última Misa corpore insepulto, celebrada también por Mons. Álvaro, resultó especialmente emotiva. Mons. Álvaro, al que todos veíamos como hermano mayor, nos pidió nuevos propósitos de fidelidad. Recuerdo su hincapié en un rasgo destacado en San Josemaría, que nos movía a imitar: su humildad, su deseo de pasar inadvertido.”

Y concluye Conchita: “realmente fue difícil asimilar la idea de que no estaba ya en la tierra. Era tan viva su presencia en todos los detalles materiales de la casa, y hasta la cercanía física de sus sagrados restos mortales en la Cripta del oratorio de Santa María [actualmente Iglesia Prelaticia], que nos sentimos desde el primer momento acompañadas por él desde el Cielo y como espoleadas a luchar con nuevo empeño para hacer realidad en nuestra vida lo que con su vida nos había enseñado.”